domingo, 26 de agosto de 2012

Crecer con Pinocho

Mejor conocido por su seudónimo Carlo Collodi, el italiano Carlo Lorenzini (1826-1890) fue víctima de unas de esas ironías bárbaras de las que no anda escasa la historia de la literatura: como Arthur Conan Doyle, quien buscó la trascendencia con novelas históricas que el tiempo ha vuelto intrascendentes y, en cambio, fue inmortalizado por una serie de novelas y cuentos policiacos a los que no profesaba demasiada simpatía y consideraba simples divertimentos, los protagonizados por Sherlock Holmes, Collodi no es recordado por ninguno de los cuentos, obras de teatro o novelas que escribió por convicción y sí por una historia moralizante dirigida a los niños que pergeñó por encargo y acaso con desgano. El autor del inolvidable Pinocho, que moriría unos años después de publicada su creación mayor, no alcanzó a ser testigo del triunfo contundente de su relato, que se convertiría en uno de los favoritos de los niños, se traduciría a casi todos los idiomas, se instalaría en el imaginario popular de forma irreversible y más de cien años después aún seguiría vivo.

Las aventuras de Pinocho fue publicado por primera vez en 1881, por entregas, en un folletín para niños y bajo el título “Historia de un títere”. Pese a la impaciencia de sus jóvenes lectores, la novela estuvo completa solo un año después, lo cual es atribuido al desinterés del autor. No hace falta resumir el argumento, pues medio mundo lo conoce. Lo que sí es pertinente apuntar es que, como podía esperarse de Disney, en la versión animada más famosa se han edulcorado varios episodios del libro. Este, por ejemplo, muestra como una de sus primeras escenas una desternillante pelea, aderezada con denuestos y equívocos, entre el carpintero maese Ciruela y Gepetto, futuro papá de la protagónica marioneta. Pinocho no solo provoca este enfrentamiento: también causa, con premeditación, que los viejos huesos de su padre adoptivo vayan a dar a la cárcel, y además despanzurra al grillo de su conciencia de un zapatazo. En comparación con este energúmeno, la creatura de Disney resulta de una ingenuidad pasmosa.

Para Tzvetan Todorov, un relato maravilloso es aquel en el que los elementos sobrenaturales no provocan ninguna reacción particular ni en los personajes ni en el lector, como en los cuentos de hadas. Es el caso de Las aventuras de Pinocho, que no solo tiene a un hada bondadosa entre su nómina de personajes, sino que presenta sucesos sobrenaturales cuyo origen nunca quedará explicado y que no engendran en los seres ficticios que lo pueblan ningún cuestionamiento sobre su condición. Así, un pedazo de madera puede hablar y conocer el apodo ominoso de un personaje que nunca ha visto; un zorro y un gato pueden desenvolverse sin problemas como seres humanos; un niño corre el riesgo de transformarse en borrico. Estamos, pues, ante un mundo en el que los sucesos más sorprendentes son cotidianos, y así los asumimos.

Como queda dicho, la obra reseñada nació con el propósito de ser una lectura edificante para los niños. Sin embargo, sus méritos rebasan por mucho la aspiración inicial de su autor. En primer lugar, no se trata de un libro que incordie a cada momento a sus lectores con palabras de advertencia sobre la mala conducta: más bien se apela a que sean los avatares de Pinocho los que susciten la reflexión. Además, el relato está salpicado de episodios chuscos y aventuras apasionantes que se imponen a la intención moral, también presente. Por último, poco a poco, quizá sin que el lector sea del todo consciente de ello, la novela cambia de piel: de ser un imaginativo y disparatado divertimento se transfigura en un solvente relato de iniciación. Aceptadas las convenciones del cuento de hadas, el lector es capaz de conmoverse ante el proceso de maduración de una marioneta cuyo mayor y legítimo anhelo es convertirse en un niño de verdad. El cambio en Pinocho no es súbito, sino gradual y convincente. A fuerza de golpes, de no resistir las tentaciones, de perderlo todo, la marioneta asimila su experiencia y se convierte en un ser atemperado, capaz de empatía con los otros.

Soslayando las pretensiones de su autor y de su primer editor, puede sugerirse que Las aventuras de Pinocho no es, como parece a simple vista, una historia para orientar la conducta de los niños a una dirección deseada, sino una que los acompaña, con ingenio, emoción y humor, en el agridulce e intransferible proceso de crecer.

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