sábado, 9 de febrero de 2013

El amor que se repite

Como Antonio Sarabia, Francisco Rebolledo (Ciudad de México, 1950) forma parte de esa casta de grandes narradores mexicanos ocultos, incluso entre sus propios compatriotas. A pesar de haber ganado un premio internacional, de publicar en grandes editoriales, de asediar un género muy popular (la novela), de haber contado con el impulso nada menos que de la Mamá Grande, Carmen Balcells, y de haber sido traducido a idiomas como el turco, el griego, el inglés, el francés y el portugués, Rebolledo es un autor no muy conocido ni frecuentado, mientras otros escritores con menos méritos acaparan los reflectores. Las razones por las cuales el creador de La ministra es poco leído son, quizás, inexpugnables; no lo son, en todo caso, los motivos por los que amerita nutridos grupos de lectores.

También autor de un volumen de cuentos (Pastora y otras historias del Abuelo, 1997) dos compilaciones de notas de divulgación científica (La ciencia nuestra de cada día I, 2007, y II, 2012) y un ensayo biográfico dedicado a Malcolm Lowry (Desde la barranca, 2004), Rebolledo es, ante todo, un novelista. Su obra debut, Rasero (1993), lo hizo merecedor del Premio Pegaso de Literatura y es, según una encuesta de la revista Nexos, una de las veinte novelas mexicanas más destacadas entre las aparecidas en las tres décadas que van de 1977 a 2007. Se trata de una ficción larga y ambiciosa que combina amenidad con erudición, recrea con buen tino el convulso siglo XVIII francés y hace personajes a algunas de sus figuras centrales: Diderot, Voltaire, D’Alembert, Robespierre. Uno de los grandes aciertos de la obra es que a pesar de ser una novela de ideas, si tal cosa existe, estas nunca eclipsan a los personajes, sino que están bien encarnadas en ellos. Además, el libro conecta de forma gradual y sorprendente los acariciados y luego rotos sueños de progreso de la Ilustración con las devastaciones del siglo XX. Con La ministra (1999), el autor ajusta cuentas con la “dictadura perfecta” del Partido Revolucionario Institucional a la vez que inventa, en medio de una trama de alta tensión, a una protagonista memorable inmersa en una espiral de poder y sexo. La mar del sur (2002) es la incursión de Rebolledo en las novelas picaresca y de aventuras: alternando distintos narradores y tiempos, la obra nos entrega un vívido mural del siglo XVI español y novohispano.

“Pienso que una novela de amor es tan válida como cualquier otra”, ha dicho en El olor de la guayaba Gabriel García Márquez. Amar a destiempo (2012), la cuarta y más reciente novela de Francisco Rebolledo, no aspira sino a ser una novela de amor contrariado. Como su diáfano título, sus ambiciones son modestas, pero quedan cumplidas de manera cabal. Fiel a su interés por recrear diversos periodos históricos en sus novelas, Rebolledo ubica la trama en el México de finales del siglo XVIII y principios del XIX, en plena efervescencia independentista, aunque lo histórico es, en este caso, apenas el marco de la trama y no un elemento determinante. (Quizá el espacio que se le dedica a este marco es excesivo si pensamos en su poca incidencia en la trama). Lo central es la historia de dos hombres, José Fernando y Nicolás, padre e hijo, enamorados de dos mujeres, Victoria e Isabel, madre e hija, que no pueden corresponderles. Así de simple.

De entrada, llama la atención el narrador, cuyo anacrónico estilo bulle de largas y adornadas oraciones, con frecuencia rematadas en anacolutos por la profusión de subordinadas; un narrador consciente de su condición que, desde un nosotros, prevé las reacciones del lector, anuncia finales y principios de capítulos, y constantemente vierte juicios sobre el mundo ficticio; un narrador saramaguiano que pierde de vista a sus personajes y luego los reencuentra, como si no los controlara él, y que le sirve al autor para dar un tono de época a su relato, ubicado en un mundo que aún no descubre las bondades del narrador en tercera persona flaubertiano. Esta entidad narrativa, además, se toma grandes libertades con el tiempo: en realidad, los dos desencuentros amorosos no ocurren de manera simultánea, sino alejados entre sí por décadas; pese a ello, en la novela aparecen imbricados, gracias a que el narrador interrumpe una historia para luego narrar la otra y después volver a la anterior, sin la exacta alternancia de Las palmeras salvajes. Los cortes son manejados de manera muy hábil por quien narra, anunciando las interrupciones y los nexos entre un plano y otro, de modo que, a la vuelta de las páginas, puede prescindir de los anuncios, ya que el lector asume la alternancia con naturalidad, sin dificultad alguna.

Aunque el hecho de ir embonando las piezas descuadradas de ambas historias constituye un placer en sí, no es el único propósito del recurso. Acaso el exacto paralelismo entre ambas parejas podría desafiar nuestra credulidad. El legítimo reparo queda neutralizado no solo por la intensidad de ambos desencuentros, punzantes en su imposibilidad, sino sobre todo por la sospecha, apoyada por su imbricación temporal, de que se trata en realidad de una sola historia que se las arregla para repetirse en busca de la anhelada consumación. No es la primera vez que Rebolledo se vale de la metempsicosis para comunicar dos personajes y dos tiempos, pero sí la primera que lo hace con tal sutileza, al grado de que queda al arbitrio del lector decidir si realmente ocurre o no.

Libro menor entre las ficciones de Rebolledo, Amar a destiempo es también una exploración del amor no colmado emotiva y sugerente, sencilla y no sensiblera, que abre nuevas vetas en la obra del autor, y que ojalá le granjee, de una sola y buena vez, los muchos cómplices que merece.

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