jueves, 15 de julio de 2010

Entrevista a Enrique Serna

El lenguaje como instrumento para contar historias


En La sangre erguida, como en el resto de tus novelas, la indagación en los meandros del ser y la crítica social no están peleadas con el entretenimiento, con el designio de contar una historia que seduzca al lector y lo retenga entre sus páginas. ¿Este afán tuyo viene de tu gusto por la cultura popular? ¿Nunca sucumbiste a la tentación de escribir libros tan intelectuales como aburridos, alguna novela cuyo protagonista fuera el mismo lenguaje?

Yo creo que el lenguaje es un instrumento para contar historias. Eso no quiere decir que lo descuide: la belleza del lenguaje es importantísima para hipnotizar a los lectores. Como bien ha dicho García Márquez (un gran fabulador y a la vez un gran estilista), cuando el estilo pierde brillo, se rompe el hechizo que mantiene al lector interesado en un texto. Yo no me considero antiintelectual, sería como odiarme a mí mismo: sólo estoy en contra de la charlatanería pedante. En cuanto a la cultura popular, creo que tiene una vitalidad extraordinaria y siempre le he rendido homenaje en mis narraciones y ensayos. En La sangre erguida menciono muchas canciones de salsa que me fascinan.

¿Cuándo decides ser escritor? ¿Hubo algún libro o autor que influyera de manera significativa en esa decisión?

Te voy a contar una historia que ya he referido varias veces: yo escribí mi primer cuento en una tediosa clase de literatura impartida por una maestra que se dedicaba a dictar fichas de escritores. No necesitaba tomar el dictado, porque podía pedírselo a cualquier compañero, y para escapar del tedio se me ocurro escribir un relato fantástico que ocurría dentro de una cajetilla de cerillos. Era un cuento muy malo pero lo envié al suplemento del diario Nacional y me lo publicaron, seguramente porque nadie quería colaborar ahí. Sentí entonces que había descubierto mi vocación. Tenía 17 años y en esa época mis escritores favoritos eran Lovecraft, Poe, Dino Buzzati. Después mis lecturas se ampliaron mucho. En mi juventud temprana hubo varios autores que me cambiaron la vida: Omar Khayam, Federico Engels, Oscar Wilde, Henry Miller. Pero ninguno de ellos ha sido para mí un modelo literario (me siento muy lejos de esas alturas).

¿Cuáles son tus autores de cabecera? ¿A quiénes de tus contemporáneos admiras?

Leo y releo a los grandes poetas de la lengua española: Rubén Darío, Garcilaso, Góngora, Quevedo, López Velarde. Es la única manera de aprender a manejar el español con cierta soltura. Soy un gran admirador de Victor Hugo, a quien he leído en francés, recitando todos sus versos en voz alta. De los narradores de lengua española, admiro profundamente a García Márquez y a Vargas Llosa.  He aprendido mucho leyendo a los grandes maestros del cuento cruel: Villiers de L’Isle Adam, Baudelaire, Virgilio Piñera, Rubem Fonseca.

En una entrevista con Raymond Williams, Mario Vargas Llosa comenta que, luego de Conversación en La Catedral,  ya no le interesó exhibir la forma en sus novelas: “Ahora sé que la claridad puede ser mejor que la dificultad, y a la vez contar una historia que valga la pena. Es una lección que aprendí con la experiencia, tal vez comparable a la de necesitar un amorío pecaminoso para ser capaz de apreciar un buen matrimonio”. ¿Te pasa algo parecido? En tus novelas nunca ha habido un afán de virtuosismo formal, pero Señorita México, Uno soñaba que era rey y el cuento “Amor propio”, por ejemplo, presentan cierta intención de subvertir el modo tradicional de contar una historia, intención ausente en tus novelas más recientes como Ángeles del abismo, Fruta verde o La sangre erguida, que son más accesibles.

No me gusta el virtuosismo formal forzado. He bostezado mucho leyendo ese tipo de experimentos. Creo que a un buen lector de poesía no lo puede engañar la retórica de los falsos innovadores, como la insoportable Nélida Piñón. En mis comienzos yo quería hacerme notar en mis narraciones, ahora he madurado y prefiero desaparecer tras bambalinas. A los cuarenta años comprendí que la voluntad de estilo no es una virtud sino un defecto. Ha triunfado en mí el clasicismo, la estética flaubertiana del realismo objetivo, pero cada vez lucho más por sacarle brillo a las palabras, y en eso también soy émulo de Flaubert. Creo que mis estructuras narrativas se han simplificado, pero mi lenguaje se ha enriquecido.

En declaraciones recientes, el narrador chileno Hernán Rivera Letelier, Premio Alfaguara de Novela 2010, dijo algo así como que los jóvenes autores están haciendo una literatura que se mira mucho el ombligo, presa de metalenguajes, y que él prefiere resucitar en sus libros el auténtico placer de contar historias. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación? ¿Ha caído la literatura en esa polarización de la que advertías en tu ensayo “Vejamen de la narrativa difícil”, que divide la ficción en narrativa light y narrativa para entendidos? Catorce años después de publicado aquel ensayo, ¿crees que el panorama que temías se ha materializado?

Creo que puede haber buena y mala literatura dentro de ambas tendencias. Mi ensayo no quería condenar a la literatura difícil en bloque, sólo protestar contra un sector de la crítica que pretende convertirla en el único camino a seguir. El clasicismo ha sido siempre una búsqueda de transparencia, pero la claridad no tiene nada de fácil: al contrario, reviste una gran dificultad escribir en un lenguaje preciso y diáfano, como el de Reyes o Borges. En cuanto a la metaliteratura, me he burlado siempre de ella porque la considero un ejercicio onanista (pero sin el placer de la eyaculación).

En tu artículo “Literaturas condenadas” afirmas lo siguiente: “Romper el vínculo de la literatura con la cultura nacional significaría privar a millones de seres del mejor espejo ficticio donde pueden contemplar lo que son y lo que anhelan ser. Si desapareciera la “obsoleta noción romántica” que vincula a los escritores con sus culturas vernáculas, millones de seres en el mundo dejarían de ser material novelable”. Mi pregunta es: narrar la realidad nacional ¿es un deber o una posibilidad del autor de ficciones? ¿No es acaso el novelista heredero de la cultura mundial?

No pretendo que sea un deber reflejar la realidad del propio país en la literatura. Sólo me opuse a quienes quieren clausurar ese camino por esnobismo. La crítica no puede ni debe marcarle rumbos a la creación. Me parece bastante sospechoso que sólo en los países pobres o marginados haya tentativas por convertir el cosmopolitismo en una preceptiva: los escritores del primer mundo jamás aceptarían que los limitaran en este aspecto. ¿Hay alguien más localista que Joseph Roth?

Me gustaría que nos contaras un poco sobre tu método de trabajo. ¿Esperas a tener una historia y su estructura muy claras en la mente para empezar a escribir un libro o arrancas la escritura sin saber bien a bien qué rumbo tomará tu narración?

Por lo general necesito tener en la mente el esqueleto de la narración antes de comenzarla.  Pero mis planes suelen cambiar mucho en el transcurso de la escritura. Algunas historias me han abortado porque no las había madurado lo suficiente antes de ponerme a escribir. Por eso prefiero rumiarlas durante mucho tiempo. Acabo de escribir un cuento, “El converso”, que estuve añejando en la cabeza 30 años.

¿A qué hora escribes? ¿Cómo es un día convencional en tu vida?

Escribo siempre por las mañanas, porque si continuó por la tarde padezco insomnio. En las tardes leo, voy al cine, recojo a mi hija en el ballet, contesto correos electrónicos y de vez en cuando, no tanto como yo quisiera, me tomo unos tragos con mis amigos.

Tres de tus libros tienen títulos que aluden a nombres o versos de canciones: Uno soñaba que era rey, Las caricaturas me hacen llorar y Fruta verde. En Amores de segunda mano hay un epígrafe de Tina Turner. Las referencias musicales están muy presentes en tu obra…

La música popular ha estado muy presente en mi vida. Nací en una familia fiestera y bohemia, donde hay varios bailarines excelentes, y en mis épocas de noctámbulo desarrollé una gran afición por el bolero. A veces las canciones son leitmotivs de mis libros, como sucede en Fruta verde; otras veces sólo me sirven para crear atmósferas.

¿Cuál es, para ti, la diferencia esencial entre novela y cuento? ¿Crees que hay un límite preciso entre ambos géneros? ¿Podríamos saber con certeza por qué “El perseguidor” de Cortázar es un cuento y Aura de Fuentes, una novela? ¿Está más emparentado el cuento con la poesía que con la novela, como afirman algunos escritores y críticos?

Yo creo que toda la narrativa utiliza en mayor o menor grado elementos del lenguaje poético, no sólo el cuento, sino también la novela. Y viceversa: en la mejor poesía también suele haber un trasfondo narrativo. Lo dijo Paz en un ensayo titulado “Cantar es contar”. La novela es un género que nos permite entrar más a fondo en el alma de los personajes, pero el cuento es más difícil, porque no tolera las digresiones. En un cuento no puede faltar ni sobrar nada, en la novela sí. Ni la novela ni el cuento pueden prescindir tampoco del lenguaje dramático. Un novelista que no ha leído teatro, difícilmente puede crear personajes creíbles.

¿El escritor debe estar comprometido con el devenir de su sociedad?

El compromiso político del escritor no es un deber, pero puede ser una opción respetable y valiosa cuando hay congruencia entre la vida y la obra, como en el caso de José Revueltas. El problema es  que a menudo el mérito cívico se confunde con el mérito literario, y eso sí me parece una prevaricación dolosa. Yo he reflejado tangencialmente la situación política de México en la mayoría de mis libros (salvo en El seductor de la patria, donde la toco directamente), porque forma parte del universo en el que habitan mis personajes. Pero no me considero analista político (sólo abordo esos temas en mis artículos cuando algún editor me lo pide).

¿Te parece legítimo que un escritor ponga su prestigio a favor de un gobernante o candidato a puesto público, como lo ha hecho Elena Poniatowska, por ejemplo, en años recientes? ¿Crees que, en ese caso, el escritor puede conservar su independencia?

No censuro a los escritores que toman partido abiertamente por un candidato. Lo que sí puede restarle credibilidad a un escritor es aceptar puestos públicos.

Según Nicholas Carr, autor de Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, si bien internet nos permite tener una mente más rápida y automática, también vuelve nuestro pensamiento más liviano y disperso, ya que privilegia las interrupciones por la necesidad de los usuarios de estar pendientes de nueva información. ¿Qué piensas sobre esto?

Hay que tener cuidado con el internet. Yo acabo de desactivar mi cuenta de Facebook, porque se me estaba volviendo un vicio husmear en la vida de los demás y perdía demasiado tiempo en esos menesteres. Pero el internet es una herramienta de investigación formidable. Yo nunca he estado en África ni en el Amazonas, pero he escrito cuentos ubicados en esos lugares con datos tomados de la red.

El libro electrónico ¿va a la frivolizar la literatura? ¿Crees que desaparecerá el libro en papel? ¿Qué consecuencias crees que traería para la literatura el cambio de soporte?

La consecuencia que más temo es la dificultad de cobrar regalías. No creo que desaparezca el libro de papel, pues sigue siendo más cómodo que el Ipad. Tampoco temo una frivolización de la literatura mayor a la que ya existe por el advenimiento del libro electrónico. En ese formato se podrá leer cualquier cosa, no sólo literatura barata.

¿Puedes contar un poco de tus próximos proyectos literarios? En Letras Libres apareció hace no mucho “La incondicional”, un nuevo cuento tuyo. ¿Tienes algún libro en puerta?

Tengo entre manos un libro de cuentos, del que ya he publicado avances en algunas revistas.

Coda:
En marzo de 2012, para la extinta revista Letrarte, tuve oportunidad de preguntar a Serna por los diez libros que le habían cambiado la vida. Enlistó los siguientes:

*Corazón, Edmundo de Amicis.
*Rubayat, Omar Khayyam.
*El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Federico Engels.
*Obras completas, Oscar Wilde.
*La crucifixión rosada, Henry Miller.
*Cantos de vida y esperanza, Rubén Darío.
*Cuentos crueles, Villers de L’Isle Adam.
*Crimen y castigo, Fedor Dostoievski.
*La genealogía de la moral, Friederich Nietzsche.
*Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario