Un buen libro es simplemente un buen libro
Entrevista realizada a propósito de la publicación de De Drácula a Madero. Viaje todo incluido a la Decena Trágica.
En tu novela De Drácula a Madero... hay una referencia a los libros de Stephenie Meyer que no deja muy bien parada a esta autora. ¿Qué opinas del actual auge de la novela juvenil de vampiros románticos y adolescentes? ¿Estas ficciones edulcoradas siembran en sus lectores la curiosidad por leer más y mejores libros o, en cambio, los vacunan contra otro tipo de narraciones?
Supongo que pueden suceder ambas variantes. Habrá quien de estas lecturas brinque a otras que le exijan (y le ofrezcan) un poco más, y también quien en lugar de leer algo nuevo regrese al primero y se lea la saga completa otra vez. La referencia que hago es más bien personal y comparto el punto de vista del personaje que es fan del vampiro clásico y no gusta de estas variantes glamorosas. No tengo nada en contra de la ficción comercial. Al contrario: la disfruto. Pero en particular esta saga me parece sosa, cursi y muy aburrida. Es evidente que a una gran cantidad de lectoras no les parece así, pero vaya, es cuestión de gustos.
En De Drácula a Madero..., los dos personajes principales hacen un viaje en el tiempo que los lleva del mundo actual a 1913, el inicio de la Decena Trágica. ¿Tu intención fue que este par de personajes volviera transformado de esa experiencia o el viaje fue un pretexto para introducir a tus lectores, de forma más amena que en los libros de historia, en los episodios históricos que abordas?
Las dos. Primero pensé: ¿cómo me habría gustado a mí que me contaran la Decena Trágica cuando tenía, no sé, unos quince años? Así, tal cual. A través de una narración cuyos protagonistas son individuos que yo identifico como iguales y que acaban conviviendo al tú por tú con aquellos de quienes tanto me han hablado en las clases de Historia. Una vez que definí ese esquema, vino el trazo de los personajes, que fueron desarrollando su personalidad conforme avanzaba la historia, y por lo menos los dos viajantes sí se transforman, regresan un poco más maduros, más aterrizados y con otras preocupaciones.
En tu novela 36 kilos (ganadora del Premio Gran Angular México 2008) abordas la anorexia sin hacerle sentir a tu lector que tu único propósito como narradora es que aprenda lo horrible que es ese trastorno alimenticio. ¿Cómo tocar esos temas en la ficción sin caer en la moraleja y el didactismo?
Es quizá un poco lo mismo que ocurrió con De Drácula a Madero. ¿Cómo le hablas a un posible lector de un trastorno tan dramático como la anorexia? Pues que se lo cuente un igual. Para narrar esa historia elegí a la mejor amiga de la chica del problema. Yo, autora, me informé muchísimo, para que Fernanda, desde su ignorancia, pudiera describir puntualmente los síntomas de su amiga sin especificar que lo eran. Tal como los vería cualquier niña de 16, 17 años. Lo que a ella le preocupa es cómo la relación con su mejor amiga de toda la vida empieza a deteriorarse. Pero no entiende bien por qué, y atestigua el proceso sin perder de vista lo que para ella es más importante, que no es la enfermedad de su amiga, sino defender ese lazo que las une.
Según he leído, estudiaste un diplomado en creación literaria en la Sogem (Sociedad General de Escritores de México). ¿Qué te aportó ese curso como escritora? ¿Se puede enseñar a escribir ficción o es algo que se aprende leyendo?
La escuela de la Sogem me aportó dos de los años más divertidos de mi vida. Conocí a mis grandes amigos y tuve maestros que me enseñaron mucho, dentro y fuera de las aulas. A pesar de haber hecho antes la carrera de Comunicación, a esos dos años debo mi formación profesional. No sé si en todos los casos sirva. A alguien que tiene la inquietud de escribir, las lecturas se la van a alborotar. Y la escuela y los talleres dotan de herramientas para que esas ideas que están en la cabeza puedan ser materializadas con una estructura, un hilo conductor, un narrador adecuado, en fin. Pero creo que si a esto no va aunado el talento y la imaginación, aunque en la escuela le den a uno todos los tips del mundo, lo más probable es que no pase de lograr una escritura correcta.
¿Consideras que hay temas vedados para la ficción orientada a niños y jóvenes?
No precisamente que estén vedados, sino que están fuera de su área de interés. Por ejemplo, un thriller político es algo que a un niño de diez años no le va a llamar la atención. Las personas vamos cambiando de gustos e intereses a lo largo de la vida y en cada etapa hay temas que pueden tener un interés particular; a los jóvenes les pueden resultar atractivas las tramas que aborden el proceso de adaptación social, de madurez, el enfrentamiento con el trancazo que para muchos resulta el primer descalabro amoroso, en fin. Eso no le suele interesar a los niños, que prefieren los temas de fantasía, de aventuras, el humor.
¿Ves diferencias claras e incontrovertibles entre la literatura para niños y jóvenes y la literatura para adultos? ¿Existe la literatura infantil o es literatura a secas? Al escribir para el público infantil y juvenil, ¿das concesiones que no darías si te dirigieras a adultos?
Yo creo que un buen libro es simplemente un buen libro y puede ser disfrutado por personas de cualquier edad. Yo procuro que los míos convenzan a los muchos adultos a los que tienen que convencer antes de llegar al presunto lector meta. Es decir, los lectores que uno debe seducir primero no son niños ni jóvenes. Son miembros de un jurado, de un comité editorial, más adelante una junta de profesores o unos padres de familia. Y no creo que sea necesario dar concesiones. Hay adolescentes de catorce años que han leído más que muchos adultos y son lectores muy exigentes. Y hay libros para adultos que tienen altos niveles de condescendencia porque se dirigen a primeros lectores aunque se trate de adultos. La habilidad de interpretar y comprender textos no es cosa de edad, sino de experiencia.
Es notable tu pericia para atrapar la atención del lector en tus obras. ¿Tu talento le debe más a la intuición o a la técnica? Antes de escribirlas, ¿te planteas tus ficciones en términos de conflicto, de trama? ¿Concibes las estructuras de tus libros antes de la redacción o van surgiendo conforme avanzas en la escritura?
Antes de sentarme a escribir procuro tener un esquema general del principio, desarrollo y conclusión de la trama. Sin embargo, no siempre permanece la idea original. De pronto un personaje crece, suceden volteretas argumentales que en principio no se habían considerado siquiera, y eso ocurre todo sobre la marcha. La verdad, es cuando más entretenido me resulta el proceso.
Más que el amor, la amistad es un tema central en varias de tus narraciones. ¿Hablas de él deliberadamente o solito se te impone? ¿Escoges los temas o ellos te eligen?
Puedes elegir una trama, pero durante el desarrollo tiendes a privilegiar los temas que te importan. En 36 kilos hablé de la anorexia, en Muchas gracias señor Tchaikovski, de los conflictos adolescentes en contraste con la madurez, en Las princesas siempre andan bien peinadas, del romance de una chica visto a través de los ojos de su hermanita. Todos ellos acabaron siendo libros cuyo tema central es la amistad, y no necesariamente me lo planteé así desde el principio. Se dio solo. Será, supongo, porque para mí los amigos son de importancia capital en la vida; así lo son también para mis personajes.
¿Te das por bien servida si tus libros le hacen pasar un buen rato a tus lectores o tienes otras ambiciones?
Me gusta que mis lectores pasen un buen rato, sí. Cuando alguien que está leyendo un libro mío suelta una carcajada, me hace muy feliz. Pero también intento compartir con ellos una visión del mundo y una escala de valores. Por poner algunos ejemplos generales: para mí es más importante tejer lazos emocionales que hacer mucho dinero o tener muchas cosas; a mí me molesta la manipulación que hacen las compañías a través de la publicidad; me exasperan las mentiras y la corrupción, y estoy convencida de que no son buenos caminos para llegar a ningún lado. Eso no lo digo tal cual, pero las ideas están en mis textos e intento transmitirlas a través de una historia que atrape al lector y no le permita soltar el libro hasta que llegue a la última página.
Luego de escribir una buena cantidad de libros, la mayoría de ellos muy exitosos, ¿sigues sintiendo inseguridad, si alguna vez la sentiste, al enfrentarte a la escritura? ¿Disfrutas el proceso o lo padeces?
Cada vez que termino de escribir un libro me asalta la idea de que nunca jamás se me va a volver a ocurrir nada. Quizá es un agotamiento o un cansancio neuronal lo que me hace pensar eso, pero es algo que no me preocupa a estas alturas porque siempre ha sido así y a fin de cuentas se me termina ocurriendo una nueva historia. El proceso lo disfruto, generalmente. Sufro los atorones argumentales que se dan a veces, pero cuando se resuelven y la historia fluye, escribirla me divierte y me emociona. (Cuando no me divierte ni me emociona, mejor borro lo que llevo y comienzo de nuevo).
Te haré una pregunta que seguramente muchos de tus lectores se hacen: ¿por qué firmas tus libros como M. B. Brozon?
Primero decidí dejar en sigla el Beltrán en aras de la originalidad, pues no hay más Brozon en el país que la familia, y en cambio tenemos una amplia variedad de Beltrán, desde reinas de la canción vernácula hasta narcos, pasando por algunos escritores. Y luego omití mi nombre porque mi primer libro, ¡Casi medio año!, es el diario de un niño, Santiago, que además resultó un narrador muy verosímil. Pensé que podía sonar un poco raro el diario de un niño que había escrito una tal Mónica. Me gustó como se veía en la portada y así me lo dejé para los demás. A veces me han preguntado si no fue por emular a J. K. Rowling, pero no fue así. El primer volumen de Harry Potter se publicó en Inglaterra en junio de 1997; para ese momento ¡Casi medio año! llevaba ya tres meses en circulación.
Entre los autores de literatura infantil y juvenil en México, hay varios escritores de tu generación muy talentosos, como Andrés Acosta, Jaime Alfonso Sandoval, Toño Malpica y Juan Carlos Quezadas, entre otros. Sé que has trabajo en proyectos conjuntos con algunos de ellos. ¿Consideras que hay algún nexo entre lo que escribes tú y lo que escriben ellos?
Todos pertenecemos a esta especie de boom de la literatura infantil y juvenil que empezó hace quince años, en el que se abrió el espectro temático y también las propuestas narrativas. Ahora hacemos libros para que los niños disfruten con ellos, no para enseñarles cosas o aventarles moralejas. Cada quien tiene su estilo y su manera de contar, pero creo que coincidimos en varios puntos que definen una nueva forma de hacer libros para los públicos jóvenes.
Te hago la misma pregunta que El País le hizo a 100 escritores en 2008: ¿cuáles son los 10 libros que te cambiaron la vida?
Una buena cantidad de los libros que he leído han aportado mucho en mi vida, si bien no podría hablar de alguno que haya provocado un cambio radical. Aquí una lista, un tanto arbitraria tal vez, de diez que han sido importantes, algunos a nivel personal, otros profesional:
Vacío perfecto, de Stanislav Lem
Estas ruinas que ves, de Jorge Ibargüengoitia
El forastero misterioso, de Mark Twain
La conjura de los necios, de John Kennedy Toole
El pequeño Nicolás, de Rene Goscinny
El mundo según Garp, de John Irving
Océano mar, de Alessandro Baricco
Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll
Cuentos sin plumas, de Woody Allen
Confieso que he vivido, de Pablo Neruda
¿Ves en los medios audiovisuales una amenaza para la lectura?
No necesariamente. Los medios audiovisuales hace ya tiempo que están entre nosotros y los libros siguen. Hoy los niños leen más que hace veinte años, cuando no había tantas posibilidades de entretenimiento a su alcance. Pienso que todo debe tener un lugar en la vida. Lo mismo nos puede gustar ver televisión, que ir al cine, que navegar en Internet, y leer un libro. Cada cosa tiene su espacio y su momento y son, hasta cierto punto, complementarias.