Saludado por algunos críticos japoneses y alemanes como la obra maestra del autor, 1Q84 es el más voluminoso de sus libros (consta de unas mil páginas) y fue publicado en tres tomos en su edición primigenia: los dos primeros se pusieron a la venta en Japón a mediados de 2009, mientras que el tercero salió a principios de 2010. Tusquets publicó un volumen con los primeros dos libros en febrero de 2011 y otro más unos meses después, en octubre de ese mismo año, que incluye el tercero. Lo que sigue es mi lectura de los tres libros.
1Q84 es una novela excéntrica en el contexto de la obra de su creador y al mismo tiempo un libro muy emparentado con sus otros libros. Me explico: en las ficciones de Murakami es escasa la preocupación por fustigar los vicios de su sociedad. La indagación del autor no se dirige, por lo general, al entramado social, sino al interior de sus personajes, pletóricos de soledad, nostalgia y vacíos existenciales. Por ello sorprende que en esta nueva novela resalte mucho, sobre todo en su primer libro, la crítica al machismo, no al de un personaje en concreto sino a su propagación en una colectividad. Una de las protagonistas, Aomame, es una justiciera sui géneris: además de ser entrenadora en un gimnasio y de dar masajes terapéuticos, se dedica a asesinar de cuando en cuando a hombres que odian a las mujeres, a maridos que maltratan física y psicológicamente a sus esposas, al grado de enviarlas al hospital o a la tumba.
La referencia al título original de la primera novela de la trilogía Millenium, del sueco Stieg Larsson, es explícita en 1Q84 y no resulta fortuita. Aomame tiene mucho de Lisbeth Salander: ambas son mujeres pequeñas, en apariencia vulnerables, que se convierten en fieras cuando son atacadas. Ambas tienen aspecto de chico, han padecido experiencias duras, han explorado el lesbianismo a pesar de gustar de los hombres, han vivido de cerca la exclusión a la cual las confinan los varones y no dudan en hacer justicia por su propia mano si la ocasión lo amerita. Ambas parecen y son mujeres de cuidado, pero en el fondo son seres sensibles y anhelan una experiencia amorosa profunda. Otra semejanza entre la trilogía de Larsson y este volumen de Murakami es que ambos pueden inscribirse en la novela de suspenso, en el thriller. Pero las semejanzas entre una y otra obra son menores que sus diferencias.
Si los libros de Larsson pueden ser inscritos en el realismo, no es el caso, de ningún modo, de 1Q84. Es verdad que la novela no se desarrolla en un ámbito abiertamente maravilloso, sino en uno reconocible, “realista”; sin embargo, ese contexto es penetrado de forma constante por hechos extraños, que la razón no puede explicar del todo y que el autor no tiene interés en clarificar a los lectores. Esta característica, presente en la mayoría de las ficciones de Murakami, parece buscar perturbar al lector, sacarlo de sus casillas e invitarlo a entender de otra manera la literatura, a no buscar explicaciones a cada hecho y a valorar el carácter desasosegador, inexplicable, de ciertas escenas y personajes.
La poética anotada aparece explícita tanto en esta novela como en una novela anterior del autor japonés. Dice el protagonista de Kafka en la orilla de un libro de Natsume Soseki: “...al acabar de leerlo, te quedas con una sensación extraña. Con un '¿y qué diablos querrá decir esta novela?'. Pero ¿sabes?, ¿cómo te lo diría?, ese 'no sé adónde quiere ir a parar' se te queda grabado en la mente. Es extraño”. Por su parte, un protagonista de 1Q84 dice de La crisálida de aire, una novela esencial para la trama: “...cuando acabé de leerla a trompicones, hizo que me quedara en silencio. Podría decirse que tuve una extraña sensación de incomodidad, difícil de explicar”.
1Q84 se desarrolla en dos planos narrativos alternados. Por un lado está la línea de Aomame, quien se ve enfrentada al reto mayor de su carrera: debe liquidar al líder de una secta religiosa, bien resguardado por su escolta, que ha abusado sexualmente de varias niñas, incluida su hija. Por otro lado está la línea de Tengo, un profesor de matemáticas y autor de novelas no publicadas que se ve envuelto en un fraude: su jefe le ha pedido que reescriba una novela, La crisálida del aire, creada por una muchacha de 17 años, para que así se le pueda otorgar un jugoso premio literario. Aunque las dos historias parecen muy desligadas una de otra, poco a poco se irán tendiendo sutiles redes entre ellas, hasta que terminen conectadas del todo y con un conflicto en común: los protagonistas deberán descubrir por qué el mundo ha cambiado de 1984 a 1Q84 y qué implicación tendrá para ellos, además de estar preparados para enfrentarse a la temible little people, que los amenaza sin mostrarse. Tanto el pasado de Tengo como el de Aomame se nos contarán de forma gradual, de modo que no se revelen las conexiones entre uno y otro personaje antes de tiempo y que ambos resulten enigmáticos para el lector.
Muchos datos quedan no resueltos al concluir los dos primeros libros de esta novela; no estoy seguro de que todas las respuestas estén en el tercero. Los vacíos, sin embargo, no son un defecto en 1Q84, sino elocuentes silencios. Sobre todo no son obstáculos para que seamos movidos por las historias que el autor nos cuenta. Hay algo paradójico en la obra de Murakami: a la vez que brotan de ella pasajes que nos causan extrañamiento y no podemos entender a cabalidad, sus personajes padecen contrariedades muy cercanas a nosotros, como en el caso de 1Q84: la soledad, el fracaso, la exclusión, la falta de amor, el hueco que nada llena. Esta paradoja, aunada a su implacable manejo del suspenso, del ritmo narrativo, es quizá lo más atractivo de esta novela y de toda la obra de Murakami.
1Q84 supone al mismo tiempo una continuación y una ruptura en el contexto de la obra de Murakami. Continuación, porque tenemos al típico protagonista masculino murakamiano, buena persona, culto y solitario, que se adentra en los meandros de su intimidad y vive experiencias sobrenaturales que nunca encuentran una explicación racional. Continuación, por las referencias musicales y literarias, que están a la orden del día pero sin ostentación. No faltan tampoco los gatos; incluso hay un cuervo que habla, como en Kafka en la orilla. Continuación, sobre todo, porque, como en el resto de sus novelas, en 1Q84 Murakami reitera su poética del desconcierto, de lo inquietante, de las preguntas sin respuestas que sugieren y perturban. Ruptura, porque la crítica social, ausente en la mayoría de los libros del autor, tiene un papel de peso en esta obra. Ruptura, porque aparece aquí el personaje femenino más poderoso de su autor, que opaca al masculino: Aomame, una chica resuelta pese al rechazo del que ha sido objeto en una sociedad que odia a las mujeres y a los diferentes. Una mujer que le debe mucho a la Lisbeth Salander de Larsson, pero que tiene el inconfundible toque Murakami: no solo se enfrentará a peligros tangibles, sino también a presencias sobrenaturales en un mundo que ya no es el conocido, sino uno con dos lunas en el que las reglas que aplicaban para la realidad ordenada y comprensible están rotas.
El plano 1Q84, que ha sustituido en el libro a 1984, es una metáfora de toda la obra de Murakami: inicialmente, nos encontramos no en un territorio abiertamente maravilloso, sino en uno reconocible, “realista”; sin embargo, van apareciendo en él fisuras que lo ubican de manera irreversible en un contexto amenazante y perturbador, en el que la lógica vale menos que la intuición.
A la vez que suma de su ficción anterior e integración de nuevas exploraciones, 1Q84 es, además, la evidencia de los riesgos que enfrentan los ficcionistas que, como Murakami, se mueven a tientas por los territorios pantanosos de lo que no puede ser aprendido por la razón, de lo que no ofrece respuestas sino interrogantes, de lo que no afirma sino sugiere, ese mundo del sueño y del inconsciente que tomaron como bandera los surrealistas y cuyo mayor exponente es Kafka.
A la vez que suma de su ficción anterior e integración de nuevas exploraciones, 1Q84 es, además, la evidencia de los riesgos que enfrentan los ficcionistas que, como Murakami, se mueven a tientas por los territorios pantanosos de lo que no puede ser aprendido por la razón, de lo que no ofrece respuestas sino interrogantes, de lo que no afirma sino sugiere, ese mundo del sueño y del inconsciente que tomaron como bandera los surrealistas y cuyo mayor exponente es Kafka.
Los riesgos mencionados se hacen notar sobre todo en la tercera entrega de 1Q84, la menos lograda. A las líneas narrativas de Aomame y Tengo se le suma la de Ushikawa, un investigador privado a quien conocimos en las primeras dos partes de la novela. Si en ellas fue un personaje secundario, en la tercera su participación está al nivel de la de los protagonistas. No arruinaré el argumento de este tercer tomo a quienes no lo hayan leído: solo diré que la búsqueda de Ushikawa está condenada porque los lectores conocemos todas o la mayoría de las respuestas que busca. Poco interés puede suscitarnos su diligencia. Aunque el narrador se encarga de enterarnos del pasado de este ser singular, feo hasta decir basta, excluido, sin escrúpulos, talentoso en sus afanes, Ushikawa nunca llega a ser relevante por sí mismo, sino por el peligro que significa para otros personajes.
En cuanto a Aomame y Tengo, la inmovilidad los define en este cierre de la novela. Hacen pocas cosas, y ninguna de ellas es muy relevante. En vez de avanzar, sus historias se estancan: el narrador parece más preocupado por que no olvidemos el argumento de las dos primeras partes que por darnos nuevos motivos para quedarnos. La crítica social, el misterio de Fukaeri y el grupo religioso Vanguardia, la amenaza de la little people: todo se deja de lado en favor de una historia de amor poco convincente que no da para 400 páginas y cuya resolución resulta decepcionante.
Es evidente que la apuesta de Murakami no es el rigor, la correspondencia entre cada uno de los elementos ficticios, la réplica exacta a las interrogantes planteadas. Su obra es abierta tal como entiende el concepto Eco: es ambigua, ya que su mundo no responde a los paradigmas conocidos. Ante una obra así, los lectores nos movemos a tientas, sin saber a ciencia cierta qué es significativo y qué es secundario, más bien adivinándolo, intuyéndolo. Corremos, pues, el riesgo de confundir el genio con el capricho o la ocurrencia, de no saber dónde termina el talento y dónde empieza la improvisación, el descuido.
Haciendo un balance de este libro 3 de 1Q84, el saldo resulta negativo: sus historias y sus protagonistas son débiles, fácilmente olvidables; hay en él diálogos, escenas enteras sin mayor justificación que, quizás, algún pálpito mal dirigido. Ni hablar: hasta los grandes escritores se tropiezan. Tal vez habría sido deseable que 1Q84 termina con su segunda parte: la mayoría de los cabos sueltos planteados en ella no se resuelven en la tercera y los que se revelan pecan de locuacidad, por un lado; por otro, toda la tensión, las buenas caracterizaciones, las motivaciones convincentes, las apariciones inquietantes y las múltiples sugerencias de los dos primeros libros se convierten en ripio en el tercero. A veces es preferible callar, como bien sabía Carver. Murakami ha olvidado la lección, por lo menos en esta tercera parte de su novela.
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