Quizá los lectores de Haruki Murakami nos volvemos complacientes con el tiempo. Tal vez tendemos a ver con simpatía cualquiera cosa parida por esa imaginación tan singular. A fin de cuentas, sabemos de qué va la cosa: historias extrañas, generosas en lagunas interpretativas y aderezadas de la tenaz soledad (uno de los centros de la obra del japonés) y otros vacíos existenciales. Si nos falta el hallazgo, el estremecimiento, ¿no será que está ahí y lo dejamos ir por negligencia? ¿No será que lo encontraremos en una segunda visita? A estas preguntas me he enfrentado al concluir la lectura de Después del terremoto, libro de relatos publicado originalmente en el año 2000 y que solo en 2013 ha aparecido en nuestro idioma. He debido volver al volumen y hacer una lectura completa de algunos cuentos y parcial de otros para comprobar mis impresiones.
Revisando lo que se ha escrito sobre el libro, veo que ha gustado bastante y que incluso no ha faltado quien lo ponga entre las obras más logradas del autor de 1Q84. Muy otra ha sido mi experiencia. El título alude al sismo que sacudió la ciudad japonesa de Kobe en 1995 y se cobró miles de vidas. La reacción natural del lector es, pues, predecir que los relatos darán cuenta de cómo sus protagonistas reconstruyeron sus vidas después del desastre. Nada de eso: solo en dos de las historias el terremoto es el denonante de la trama ("Un ovni aterriza en Kushiro" y "Rana salva a Tokio"), pero de forma nebulosa o inocua; en el resto es una referencia lejana y ajena a las motivaciones de los personajes.
Ya se sabe que lo de Murakami no es la búsqueda de efectos precisos, a lo Poe, ni de revelaciones que escarapelan la piel, sino más bien el territorio pantanoso de las intuiciones, de las sugerencias, de lo inefable. Es en este ámbito donde el autor ha alcanzado sus mayores logros. Sin embargo, hay ocasiones, como en este caso, en que la conexión con el lector se frustra por una simplicidad excesiva, más propia de Banana Yoshimoto, o por sugerencias que terminar por no sugerir nada, por no hacer sentido. Ya en otra parte he dicho que el mayor riesgo del arte de Murakami es ese vaivén entre el hallazgo genial e irrepetible y las meras ocurrencias. Después del terremoto parece resentirse de estas últimas.
No puedo asimilar "Rana salva a Tokio" sino como un divertimento, simpático pero inane: al protagonista se le aparece una rana de tamaño humano y con la capacidad de hablar para pedirle que le ayude a impedir un gran terremoto en Tokio. "Un ovni aterriza en Kushiro", de torpe título, parece apuntar más alto: Komura es abandonado por su esposa y, ante la falta de planes, acepta llevar un encargo a una ciudad fría y lejana, donde conoce a dos mujeres que tal vez terminen por revelarle su drama en toda su magnitud. No sucede: el desarrollo es fortuito y sin rumbo definido, y el cuento termina con un mensaje tan reconfortante como anodino. "Paisaje con plancha" es quizá la mejor pieza del libro: da cuenta de la atracción melancólica de dos seres solitarios por el fuego. No termina de cuajar porque las caracterizaciones se quedan cortas. "Todos los hijos de Dios bailan" es otra historia desaprovechada: la eterna búsqueda del padre ausente, reducida a un dato anatómico y a una persecución irrelevantes. Si la doctora de "Tailandia" emprende un viaje que resulta crucial para su futuro, el autor no supo o no quiso comunicar qué hay en ello de significativo. Un aplazado encuentro amoroso vertebra "La torta de miel", que conmueve pero no arriesga ni reporta más placer que el de ir deshilvanando su sensiblera anécdota.
Como nos tiene acostumbrados, Murakami entrega en Después del terremoto diálogos convincentes (al menos es lo que se percibe en la traducción), de una naturalidad encomiable; a menudo, sin embargo, se alargan demasiado o son incapaces de revelarnos los ámbitos más hondos de los personajes.
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