Tal vez considerar la obra narrativa de Vicente Leñero como uno de los logros mayores de la literatura latinoamericana sea pecar de entusiasmo. Podemos, sin embargo, hablar de cierto consenso, al menos entre sus lectores mexicanos, en el sentido de que las narraciones de Leñero han cosechado un público y una atención crítica bastante menores que sus virtudes. Libros como los pocos felices experimentos Estudio Q (1965) y El garabato (1967), fallidos en su gula formalista y escasa sustancia, y esa actualización y paráfrasis un tanto ociosa del Nuevo Testamento, El evangelio de Lucas Gavilán (1979), no le auguran a su autor futura vigencia. En cambio, su casi debut novelesco, Los albañiles (1964), ganador del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, podría figurar sin sonrojo, por sus hallazgos y sutilezas, entre las novelas del "boom"; y su despedida del género, La vida que se va (1999), es un libro notable, tan sobrecogedor como arriesgado en la forma.
Cumplida ya su labor como novelista, don Vicente se dio a la tarea de publicar un grupo de relatos de poca monta, autobiográficos o no, que hasta la fecha suman dos volúmenes, tan inocuos como sus títulos: Gente así (2008) y Más gente así (2013). Resulta más piadoso asumir estas narraciones no como obras acabadas, sino como apuntes, ensayos, travesuras de un autor mayor que no se decide a abandonar la pluma. En el primer tomo, por ejemplo, Leñero se divierte cambiando la resolución al fusilamiento abortado de Dostoievski; el resto de la narración no es sino un resumen, ameno por lo demás, de lo dicho por los biógrafos del autor de Crimen y castigo. En otro relato elucubra un presunto fraude en torno a la novela inconclusa de Juan Rulfo; un final demasiado abierto y ningún otro interés que la resolución del conflicto son una combinación infausta en una historia que se pretende de misterio. A juzgar por el subtítulo de Gente así, "Verdades o mentiras", su apuesta es la de enredar imaginaciones y hechos al grado de que el lector no sepa cuál es cuál. Parece importar poco si los relatos resultantes carecen de ambición y autosuficiencia.
Más gente así, lo anuncia su encabezado, no ofrece sino las historias que tal vez quedaron fuera de la primera entrega: la segunda está animada por el mismo espíritu. Entre los quince relatos, son de mayor interés "Madre solo hay una" y "Las uvas estaban verdes", ambos autobiográficos. Ante la falta de una autobiografía de Leñero, el primero nos informa de los amores de sus padres y la infancia del futuro autor de Los periodistas. Dije bien: nos informa antes que recrear con emoción y sabiduría esos años cruciales. El segundo relato, en cambio, es con probabilidad lo mejor de ambas compilaciones, y tengo la impresión de que sería válido incluso si no existiera su referente: el propio Leñero y sus ambiciones literarias hechas trizas con el tiempo. Una sólida vocación y obtener el premio literario con mayor proyección y prestigio en el ámbito hispánico en 1963 imbuyeron en don Vicente unos legítimos anhelos de reconocimiento internacional que nunca serían cumplidos. En "Las uvas estaban verdes" nos relata sus encuentros equívocos con Carmen Balcells y algunas de las figuras más descollantes de la literatura latinoamericana. Sin autoindulgencias ni berrinches, con un eficaz uso de la elipsis, Leñero da cuenta de la cara oculta de la poderosa y presuntamente bonachona agente literaria catalana basado en testimonios periodísticos y en sus propios recuerdos, pero sobre todo nos enrostra una historia punzante que termina en resignación, cuyo centro es la imposibilidad de alcanzar un fruto que parecía a la mano.
Los otros relatos son más bien prescindibles: en "¿Quién mató a Agatha Christie" Leñero se asoma de nuevo a los terrenos de la metaficción, de los cuales nunca ha salido muy bien parado. Arma una intriga en torno a la muerte de la autora policiaca en la que implica a sus propios personajes, aderezada o más bien rellenada con fragmentos de la biografía de Christie. Más que homenaje, el resultado parece una caricatura mal hecha de un cuento de detectives. "La bufanda amarilla" consigna el encuentro de un narrador parecido a Leñero con un mendigo en Madrid, pero su único presunto atractivo es la revelación final de que la historia que leemos es un guion llamado también "La bufanda amarilla", como si ese golpe de efecto bastara para salvar el cuento. "El crimen" aborda un asesinato por motivos literarios del todo inverosímil, y de nuevo acude al recurso (o más bien abusa de él) de la metaficción: atribuye la autoría del relato que leemos a uno de sus personajes. "Una visita a Graham Greene" presenta una mala entrevista al creador de El poder y la gloria, compuesta por vaguedad y displicencia del entrevistado, y de nuevo recurre a la sorpresa final: abre la posibilidad de que la entrevista haya sido imaginada por el narrador. Quizás es por relatos como estos que entre algunos lectores el cuento como lo concibió Poe tenga en la actualidad menos atractivo y hasta luzca caduco ante la vertiente chejoviana del género, pese a que ambas rutas, bien ejecutadas, siguen siendo legítimas.
Más gente así es recomendable sobre todo para quienes, por razones de estudio o completismo, requieran conocer toda la obra de Leñero. El resto de los lectores haría bien en optar por otros de sus libros.
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